Después de un buen rato sentado en aquella andrajosa estación de tren, por fin había tomado una decisión. No era aquella una decisión fácil, y nadie sabía que podía ocurrir después. Aun así la decisión había sido tomada, mañana mismo partiría.
Se levantó despacio como con pesar, con paso cansino se encamino al pequeño ventanuco que le daría el pase para cambiar su destino. Nadie sabe si para cambiarlo en verdad o para cumplirlo hasta sus ultimas consecuencias, pero la decisión ya había sido tomada.
-“Un billete para mañana, por favor”
-“¿A dónde? Señor.”
-“donde usted quiera”
-“perdone”
-si, donde usted quiera, por ejemplo el primer tren que salga mañana, y por favor no me diga a donde va.”
-”esta bien, tome sale a las 7, son 75,40”
-“gracias, hasta luego”
Sin ni siquiera mirar el billete se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y se fue.
A la mañana siguiente a las 6:30 entro en la estación, estaba desierta, el pequeño apeadero estaba al fondo, también vacío. De su garganta salía una nube de vapor que parecía congelarse al tocar la fría mañana.
Posó con sumo cuidado la maleta y se sentó a esperar al gigante de hierro.
Esperó, las 6:45, .......las 6:55,......, 57, cada vez con mas ansias y cada menos tiempo miraba el reloj, la espera se empezó a hacer larga, ya eran más de las 7 y el tren aun no había llegado, “normal”, pensó, “vendrá retrasado”.
-“No se apure ya llegará”
Sorprendido al escuchar aquella voz se giro sobre si mismo, habría jurado que no había nadie más en la estación, pero aquello no parecía ser cierto, en efecto allí se encontraba de pie, impasible, mirando al infinito, y con medio rostro tapado por el amplio chaquetón que le protegía del frío, un hombre de avanzada edad.
Así, en silencio, permanecieron hasta que a lo lejos se empezó a escuchar un lento traqueteo, la lenta maquina se acercaba, incapaz de cambiar su ruta marcada por aquellos caminos de metal.
Al ver los primeros vagones algo le hizo estremecerse, sabia que había tomado la decisión de subirse a uno de ellos, de dejar que el destino marcara su camino, porque él, aun no sabía a donde se dirigía.
El tren se detuvo, y una puerta se abrió, un revisor de mediana edad le invitó a entrar a la vez que le pedía el billete. Era el momento ahora no se podía echar a atrás. Cogió con cuidado la maleta y subió al tren.
El revisor marcó el billete.
Continuara...
Autor: Lisu
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